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La Sierra de Atapuerca encierra en su interior más de un millón de años de evolución, punto único en el mapa de la Evolución Humana y el mayor tesoro para la investigación paleoantropológica. Está enclavada en el extremo occidental del corredor de La Bureba, un valle que enlaza las cuencas hidrográficas del Duero y el Ebro, y paso natural entre las cordilleras Cantábrica e Ibérica.
En esos primeros episodios de la historia humana, el corredor de La Bureba ha sido escenario de migraciones de especies animales y poblaciones de homínidos que se desplazaban desde regiones mediterráneas hacia la Meseta y viceversa. La gran cantidad de cuevas que la Sierra de Atapuerca guarda en su interior fueron frecuentadas con diferentes finalidades.
Con el paso del tiempo algunas de las cuevas se fueron rellenando y muchas se colmataron completamente de sedimento hasta el punto que no era posible verlas ni tan sólo intuirlas, hasta que a principios del siglo pasado una compañía inglesa decidiera cortar la sierra y construir una línea de ferrocarril para llevar carbón y mineral de hierro desde la Sierra de la Demanda hasta Villafría. Desde ese momento, túneles, galerías y oquedades quedaron al descubierto mostrando los restos de humanos y animales celosamente guardados por espacio de siglos.
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